Como un bosque profundo, misterioso y primigenio que parece preservar la memoria de los tiempos, la infinita taiga se extiende a lo largo de miles de kilómetros en Rusia (7000 km. de este a oeste). Parece no tener fin: a veces se expande a través de las tierras bajas pantanosas, otras, como un manto denso, cubre las montañas y colinas de suave pendiente; en otras ocasiones trepa hasta las crestas rocosas. Es el bosque más grande y antiguo de la Tierra.
Tras haber sobrevivido a la Edad de Hielo en el sur, el abeto, el cedro y sus compañeros de hoja perenne se extendieron hacia el norte, y conquistaron vastas áreas en la parte europea y asiática de Rusia.
Frío, nieve y musgo protectores
Todo el bosque está cubierto de una gruesa y aterciopelada alfombra de musgo que permanece inalterable durante todo el año y un impoluto manto protector de nieve -que tarda muchos meses en derretirse- abriga, con silencio y solemnidad, un extraordinario tesoro vegetal. En él crecen arbustos de exuberantes bayas y una riquísima variedad de flores y potentes plantas medicinales, entre las cuales encontramos, en un lugar de honor, el ginseng siberiano (Eleutherococcus senticosus), "la raíz de la vida", una gran planta adaptógena.
Toda la vegetación concentra sabiamente al máximo su fuerza vital para poder crecer en medio del riguroso frío y la débil luz: éste es el secreto de sus potentes principios activos y sus excepcionales propiedades medicinales.
Entrar en la taiga es cruzar el umbral hacia un majestuoso altar natural que preserva el tesoro de memorias ancestrales, cuando la Tierra era el hogar de un profundo e inabarcable saber.